Indía. Se llamaba Indía
Nadie entiende el amor obsesivo, lujurioso, incontenible,
eterno y efímero tanto como yo. ¿Quién soy yo?
Un hombre como otro cualquiera enamorado de su diosa particular.
Todo sucedió cuando ahogaba mis penas en el pub, lujoso, aunque no hay mucha diferencia; el
grado de decadencia es siempre el mismo, ya que el alcohol es siempre el mismo.
No compartía las ganas de divertirme de los que me rodeaban.
No es que desease morir, pero en aquel momento quitarme de la existencia me era
una idea apetecible. El motivo no es importante. A nadie le importa lo que
sucede más allá de sus narices. Por lo que el motivo me lo guardo solo para mí.
Entonces, apareció ella. La melena rubia ondulante y sexy de
su compañera no me dejaba verla bien, pero aprecié en sus ojos violetas una
energía y vitalidad arrolladoras.
La mujer enfundada en un vestido ajustado negro a juego de
su melena, acompañaba con actitud protectora a la muchacha de cabellos de oro.
Parecía herida. Iban de camino al baño y decidí por arte de magia presentarme
ante ellas.
Embobado ante aquella diosa le pregunte a su amiga herida, si precisaba
atención. Ella me traspasó con su mirada. Es evidente que los hombres son
monstruos para ella. Pero yo siempre fui diferente. El ángel que la acompaña,
tiene un feo corte en la mejilla, acompañado de un aún más feo cardenal. El
labio lo tiene partido y sangra. Me acerco lentamente al ángel y le pregunto si
va a ver a un médico. Ella asustada responde que no con la cabeza.
Ella me empuja hacia atrás. Sus manos son sensuales y
suaves, fuertes. No me defiendo.
–Soy médico. –Saco una servilleta y derramo lo poco que
queda de mi bebida en él. Enseguida se lo tiendo. Ella lo toma y se lo pasa
entre los labios mientras se relame.
Muda, me hace un gesto con la cabeza para que las acompañe.
En mi estado ignorando todas las alarmas, las sigo sin reservas hasta uno de
los cuartos privados del local.
Me quedo mirando al ángel de cabellera dorada y examino sus
heridas. Cuando la diosa de cabello ébano me tiende el botiquín comienzo a
cuidarla con tanto mimo como ejercía antes.
Noto como se me clava la mirada de la diosa.
– ¿Angel, te encuentras mejor? –Ella asiente con
una timidez inusual en una mujer tan hermosa. Cuando termino lo guardo todo y
cansado pero decidido me confieso:
–Entregaré mi vida por unas mujeres tan hermosas como vosotras.
No comprendo que clase de monstruo haría daño a un ángel como tú. –Ella sonríe
y se sonroja.
–Indía, podemos decirle que nos lleve a un lugar seguro. –Yo
asiento mirando a la mujer de la cual me acabo de enamorar perdidamente.
–Indía…si me concedes ese privilegio seré vuestro protector.
– ¿Qué te hace pensar que necesitamos ayuda o que somos dos
mujeres indefensas? –Yo niego dando a entender que eso me da igual.
– ¿Es nuestra belleza lo que te ha impulsado a ayudarnos?
Porque de ser así márchate.
–Os amo. –Se me ocurre decir.
Sus labios arrasan con los míos nada más decir estas
palabras. Veo al ángel dorado desaparecer de la habitación antes de
desvanecerme en el éxtasis.
Cuando compartes algo tan íntimo con alguien con quien has
conectado tan profundamente cuesta volver a la cruda realidad. Aún envuelto por
mis ensoñaciones llevo a las chicas a mi coche, que no es precisamente lujoso.
Empiezo a conducir mientras ellas se dedican a darse amor atrás. Me concentro en la oscuridad de la carretera,
en los faros que me iluminan de cuando en cuando y el bosque que nos rodea tras
salir de la ciudad.
La cabaña se nos aparece poco después de la pasada media
noche. Las chicas continúan allí sus juegos de amor mientras me incluyen esta
vez para compartirlo.
–Juro que os protegeré mi diosa Indía. Y a vos, ángel dorado. –Ambas se sonríen y se ríen de mi
patética declaración, pero comparten su amor conmigo.
– ¿Eres médico?-Apenas puedo responder mientras las siento
sobre mí danzando en un gozo interminable.
–Ya no. No soy dios. –Ambas me besan en el rostro a modo de
consuelo.
–Creo que hemos salvado la vida… a este pobre pecador. –Le
susurra ella a su amiga. Indía me mira, me
observa como si fuese capaz de ahondar en mí a placer.
Un rato después escuchamos ruido fuera, un coche que aparca.
Las chicas se cubren y salen corriendo hacia arriba. Yo, me visto y rescato la
pistola de mis pantalones. Iba a quitarme la vida. Sin embargo creo que es
mejor salvar a la diosa y al ángel que la acompaña.
Dos trolls se aparecen rompiendo la puerta, ambos grotescos
y grandes. Al verme se sorprenden. Pero yo me sorprendo al ver al padre de la
niña que maté en quirófano aparecerse ante mí como un demonio sediento de
sangre.
– ¿Donde están mis putas? –Las vueltas que da la vida.
Pensar que tan dulce criatura tuviese un padre tan macabro, aunque ahora
entiendo por qué no fui capaz de salvarla.
Entonces empiezo a reírme, atrayendo la atención de los
tres. El tercer hombre no parece reconocerme, es normal, han pasado varios
meses y nunca tuve valor para enfrentarme a él. Ahora en cambio lo haré por mi
diosa y su ángel.
– ¿Eran tuyas? Pues, tendré que pagarte entonces. –Lanzo
unos billetes al suelo.
– ¿Dónde están? – Me mira lleno de odio.
–Enterradas en algún lugar de este bosque. –Le enseño mi
arma. Solo tiene una bala.
Los dos trolls me golpean y me reducen en un instante. Apenas
siento dolor, ya que me dedico a rememorar los maravillosos momentos pasados.
Por último veo a ese cerdo sobre mí.
–Nos vemos en el infierno. –Le digo mientras con mi propia
arma me dispara en la cabeza.
Allí no hace tanto calor como dicen, no hay castigos, ya que
tu castigo es lamentarte eternamente de tus errores y atrocidades. Arder en un
fuego que es tu propia conciencia impuesto por ellos. El dolor que quema mi
alma sin embargo, es más ligera que la que me arrasaba en vida.
Algo monstruoso pero hermoso me mira con desprecio y me
golpea una y otra vez mientras me pregunta.
-¿Cómo se llamaba?
-Indía. Se llamaba Indía.
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